Al crear un espacio virtual para las obras comisionadas el Tate esconde los mecanismos que le permiten funcionar como uno de los museos más importantes del mundo. Al contrario de museos que no basan su prestigio en su colección de arte moderno o contemporáneo, como el Metropolitan de Nueva York, o la misma National Gallery de Londres, la reputación del Tate depende en comprar e impulsar el arte contemporáneo. Es decir, el Tate funciona como un coleccionista público cuya selección de obras sirve para canonizar a ciertas figuras y corrientes, (re)escribiendo así la historia del arte y asegurando a la vez su propia relevancia como institución (el MoMA en Nueva York funciona de una manera similar). Tal estrategia se complementa con el Turner Prize, el premio más importante que pueda ganar un artista contemporáneo, otorgado cada año por el Tate. Ahora que el arte contemporáneo ha ido más allá de la creación de objetos fáciles de exhibir, los museos han debido encontrar nuevas maneras de exhibir y preservar obras efímeras y cambiantes.
La transmisión de un performance por la red es sólo uno de los métodos que los museos han utilizado en los últimos veinte años para incrementar su visibilidad. Tal vez la primera acción que se tomó para que estas instituciones funcionaran como marcas globales fue la apertura del Guggenheim Bilbao en 1997, episodio que promocionó un museo, una colección de arte y una ciudad al mismo tiempo. La fundación Guggenheim replanteó así la idea del museo de arte moderno y contemporáneo, pues contrató a un arquitecto famoso para que diseñara el edificio y decidió operar como franquicia. Esta fundación después abrió sedes en Berlín y Las Vegas, además de organizar varias exposiciones sobre las culturas de África, China, Brasil, azteca, Giorgio Armani, las motocicletas y Frank Lloyd Wright para atraer a públicos masivos. El Guggenheim que se tiene planeado para Helsinki tal vez no será construido, lo que nos indica que este complejo modelo quizá haya dejado de funcionar.
Además de las estrategias utilizadas por el Guggenheim y el Tate, otras instituciones culturales han tratado de atraer a públicos cada vez más grandes de manera menos costosa y riesgosa. Ejemplos de esto son el nuevo portal del Walker Art Center, el cual se ha convertido en un centro de información sobre el arte contemporáneo, y la exposición de Carsten Höller en el New Museum de Nueva York, muestra que alentaba al público a que interactuara con las obras. La última resultó ser un éxito taquillero que fue destrozado por la crítica especializada.
Podemos considerar también las once exposiciones simultáneas de Damien Hirst en igual número de sucursales de la galería que lo representa, Gagosian, y la reciente contratación de John Elderfield, erudito curador del MoMA, por la misma galería. En el último caso, tal contratación responde a la reciente costumbre por parte de las galerías más importantes de organizar exposiciones que compitan con los museos, las “museum quality exhibits”. Claro está que las galerías no sólo buscan atraer más gente, sino también incrementar sus ventas y su reputación dentro y fuera del mundo académico. Así, es necesario ver el programa del BMW Tate Live como una estrategia más para convertir a los museos en una marca global, que además depende de la neutralización de corrientes anteriormente contestatarias como el performance. Este tipo de estrategias es la única manera de que lo nuevo entre al museo y pueda ser considerado parte del patrimonio de la humanidad, ensalzando al mismo tiempo al Tate.
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